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Una acción controvertida que tuvo lugar durante las Olimpíadas fue el reemplazo de dos corredores judíos estadounidenses: Marty Glickman y Sam Stoller. Ambos se habían entrenado para la carrera de relevos 4x100 metros, pero antes de la competencia, fueron reemplazados por Jesse Owens y Ralph Metcalfe, los velocistas más rápidos del equipo. Se ofrecieron varias explicaciones al respecto. Los entrenadores alegaban que necesitaban de sus corredores más rápidos para ganar la carrera. Según manifestó Glickman, el entrenador Dean Cromwell y Avery Brundage se vieron impulsados por su antisemitismo y el deseo de ahorrarle al Führer la embarazosa imagen de dos judíos estadounidenses en el podio de los vencedores. Por su parte, Stoller no consideraba que el antisemitismo tuviera algo que ver; sin embargo, el atleta de 21 años describió dicho incidente, en su diario, como el "episodio más humillante" de su vida. | |||
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Marty Glickman habla sobre sus experiencias.
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Transcripción:
En toda la historia de las Olimpíadas modernas, que ahora se aproximan al centenario de su inauguración, ningún atleta de pista y campo estadounidense apto dejó de competir en los Juegos Olímpicos, a excepción de Sam Stoller y yo, los únicos judíos del equipo estadounidense de 1936. Siempre fui consciente de mi condición de judío, nunca dejé de tenerlo presente, en prácticamente cualquier circunstancia. En todo momento, incluso en las competencias intercolegiales y, sobre todo, en la universidad y como integrante del equipo olímpico, me propuse demostrar que un judío puede ser igual de bueno —hasta mejor— que cualquier otro atleta, sin importar su raza, credo o color. El Estadio Olímpico es un lugar de por sí verdaderamente impresionante, sin embargo, lo era aún más en ese momento, con 120.000 espectadores. Cada vez que Hitler ingresaba al estadio, la multitud se ponía de pie y coreaba al unísono: “Sieg Heil, Sieg Heil”, todos juntos, un ensordecedor sonido que repercutía en todo el estadio. Parecía que todos vestían uniformes. En cuanto a las pancartas y banderas, reinaban por doquier, siempre dominadas por la esvástica. Esta era omnipresente. Prácticamente había una esvástica intercalada entre las demás banderas que veíamos. Pero corría el año 1936 y, por ese entonces, aún desconocíamos su verdadero significado. Había antisemitismo en Alemania. Sabía de ello. También lo había en los Estados Unidos. Era consciente de que en determinados lugares de la ciudad de Nueva York, los judíos no éramos bienvenidos. En algunos hoteles, por ejemplo, había un pequeño cartel sobre la mesa de acreditación que rezaba: “Clientela restringida”, lo cual significaba, en realidad, que no se permitía el ingreso de judíos ni negros. La competencia en la que debía participar, la carrera de relevos de 400 metros, era uno de los últimos eventos del programa de pista y campo. En la mañana del día en que se suponía que realizaríamos las prácticas de calentamiento, nos convocaron a una reunión; éramos los 7 velocistas, Dean Cromwell, entrenador de pista adjunto, y Lawson Robertson, entrenador de pista principal. El entrenador Robertson nos informó que había escuchado fuertes rumores de que los alemanes habían guardado a sus mejores velocistas, que los habían reservado para sorprender al equipo estadounidense en la carrera de relevos de 400 metros. Por consiguiente, Sam Stoller y yo seríamos reemplazados por Jesse Owens y Ralph Metcalfe. Estábamos pasmados. Sam estaba atónito. No pronunció palabra alguna en toda la reunión. Yo era un muchacho de 18 años impulsivo por lo que atiné a decir: “Entrenador, no es posible tener como reservas a velocistas de categoría internacional”. Jesse, por su parte, agregó: “Entrenador, he ganado 3 medallas de oro [los 100 metros, los 200 metros y el salto de longitud]. Estoy exhausto. Ya he tenido suficiente. Permita que Marty y Sam compitan, se lo merecen”, manifestó. Cromwell lo señaló con el dedo y dijo: “Harás lo que se te ordena”. Por ese entonces, los atletas negros obedecían órdenes, por lo que Jesse guardó silencio luego de eso. En la final del día siguiente, observé a Metcalfe pasar a los demás corredores en el tramo de regreso, avanzar hacia el segundo trecho y [me dije] “Ese debería ser yo en la pista. Ese debería ser yo. Ese soy yo”. Como era un muchacho de 18 años que acababa de finalizar su primer año en la universidad, juré que regresaría en 1940 y ganaría todo. Ganaría los 100 y los 200 metros; competiría en relevos. Apenas tendría 22 años en 1940. Era un buen atleta y lo sabía, por lo tanto, en 4 años estaría de regreso en la pista. Por supuesto, nunca hubo olimpíadas en 1940; estalló una guerra. En 1944, tampoco pudo ser.
Transcripción:
En toda la historia de las Olimpíadas modernas, que ahora se aproximan al centenario de su inauguración, ningún atleta de pista y campo estadounidense apto dejó de competir en los Juegos Olímpicos, a excepción de Sam Stoller y yo, los únicos judíos del equipo estadounidense de 1936. Siempre fui consciente de mi condición de judío, nunca dejé de tenerlo presente, en prácticamente cualquier circunstancia. En todo momento, incluso en las competencias intercolegiales y, sobre todo, en la universidad y como integrante del equipo olímpico, me propuse demostrar que un judío puede ser igual de bueno —hasta mejor— que cualquier otro atleta, sin importar su raza, credo o color. El Estadio Olímpico es un lugar de por sí verdaderamente impresionante, sin embargo, lo era aún más en ese momento, con 120.000 espectadores. Cada vez que Hitler ingresaba al estadio, la multitud se ponía de pie y coreaba al unísono: “Sieg Heil, Sieg Heil”, todos juntos, un ensordecedor sonido que repercutía en todo el estadio. Parecía que todos vestían uniformes. En cuanto a las pancartas y banderas, reinaban por doquier, siempre dominadas por la esvástica. Esta era omnipresente. Prácticamente había una esvástica intercalada entre las demás banderas que veíamos. Pero corría el año 1936 y, por ese entonces, aún desconocíamos su verdadero significado. Había antisemitismo en Alemania. Sabía de ello. También lo había en los Estados Unidos. Era consciente de que en determinados lugares de la ciudad de Nueva York, los judíos no éramos bienvenidos. En algunos hoteles, por ejemplo, había un pequeño cartel sobre la mesa de acreditación que rezaba: “Clientela restringida”, lo cual significaba, en realidad, que no se permitía el ingreso de judíos ni negros. La competencia en la que debía participar, la carrera de relevos de 400 metros, era uno de los últimos eventos del programa de pista y campo. En la mañana del día en que se suponía que realizaríamos las prácticas de calentamiento, nos convocaron a una reunión; éramos los 7 velocistas, Dean Cromwell, entrenador de pista adjunto, y Lawson Robertson, entrenador de pista principal. El entrenador Robertson nos informó que había escuchado fuertes rumores de que los alemanes habían guardado a sus mejores velocistas, que los habían reservado para sorprender al equipo estadounidense en la carrera de relevos de 400 metros. Por consiguiente, Sam Stoller y yo seríamos reemplazados por Jesse Owens y Ralph Metcalfe. Estábamos pasmados. Sam estaba atónito. No pronunció palabra alguna en toda la reunión. Yo era un muchacho de 18 años impulsivo por lo que atiné a decir: “Entrenador, no es posible tener como reservas a velocistas de categoría internacional”. Jesse, por su parte, agregó: “Entrenador, he ganado 3 medallas de oro [los 100 metros, los 200 metros y el salto de longitud]. Estoy exhausto. Ya he tenido suficiente. Permita que Marty y Sam compitan, se lo merecen”, manifestó. Cromwell lo señaló con el dedo y dijo: “Harás lo que se te ordena”. Por ese entonces, los atletas negros obedecían órdenes, por lo que Jesse guardó silencio luego de eso. En la final del día siguiente, observé a Metcalfe pasar a los demás corredores en el tramo de regreso, avanzar hacia el segundo trecho y [me dije] “Ese debería ser yo en la pista. Ese debería ser yo. Ese soy yo”. Como era un muchacho de 18 años que acababa de finalizar su primer año en la universidad, juré que regresaría en 1940 y ganaría todo. Ganaría los 100 y los 200 metros; competiría en relevos. Apenas tendría 22 años en 1940. Era un buen atleta y lo sabía, por lo tanto, en 4 años estaría de regreso en la pista. Por supuesto, nunca hubo olimpíadas en 1940; estalló una guerra. En 1944, tampoco pudo ser. |
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