26 de marzo de 2009
CHRISTOPHER LEIGHTON:
Los cristianos y los judíos podrán descubrir tal vez que Dios no va a arreglar el mundo él solo. Que, de una manera fundamental, esa tarea exige algo de los cristianos y de los judíos, de los musulmanes, los hindúes, de los budistas, y de todos los demás. Y que no podemos hacerlo solos, lo tenemos que hacer en colaboración.
ALEISA FISHMAN:
Desde 1987, Christopher Leighton se ha desempeñado como director ejecutivo del Instituto de Estudios Cristianos y Judíos en Baltimore. Leighton es un pastor presbiteriano profundamente comprometido con la tarea de aplacar el odio religioso y establecer modelos de entendimiento entre los credos.
Bienvenido a Voces sobre el antisemitismo, una serie de podcasts del Museo Conmemorativo del Holocausto de los Estados Unidos, que ha sido posible gracias al generoso apoyo de la Fundación Oliver y Elizabeth Stanton. Me llamo Aleisa Fishman y seré su presentadora. Cada dos semanas, recibimos a un invitado para reflexionar sobre las muchas maneras en que el antisemitismo y el odio influencian nuestro mundo en la actualidad. Desde Baltimore, Maryland, les presento al reverendo Christopher Leighton.
CHRISTOPHER LEIGHTON:
Me interesé en las relaciones judeo-cristianas en gran medida porque mis mejores amigos pertenecían a diferentes tradiciones religiosas. Y ellos tenían una manera de despertar dudas y generar confusión que yo no podía ignorar si quería mantenerme fiel al legado de mis ancestros. Los cristianos y los judíos comparten muchos de los mismos relatos. Y la pregunta que nos obsesiona es si podremos aprender a respetar las distintas maneras en que cada uno de nosotros comprende esas historias, y dejar atrás las interpretaciones que han dado lugar a las angustiosas relaciones que existen entre nuestras comunidades. Por eso, el reto de vivir en un mundo con pluralidad religiosa es poder desarrollar los hábitos y los reflejos que nos permitan aceptar esa diversidad y dejar que aquellas interpretaciones diferentes a las nuestras nos hagan crecer.
Durante siglos, los cristianos han hecho proclamas triunfales que dejaban de lado a todo aquel que no estuviera de acuerdo con ellas. Y eso puede dar lugar a que la Iglesia se mire hacia dentro. Puede impedir que se desarrolle la capacidad de autocrítica. Y, si no podemos vernos a nosotros mismos a través de los ojos del otro, finalmente terminamos ciegos a las grandes verdades que podrían inspirarnos a hacer mejor las cosas y a perfeccionar y enaltecer nuestras tradiciones.
Creo que lo que sucede a través del diálogo entre las religiones, cuando se hace bien, es que uno se enfrenta a la dura realidad de que las tradiciones que uno creía conocer, que han formado parte de su vida, son mucho más misteriosas y complejas de lo que uno nunca hubiera imaginado, y que uno debería dar marcha atrás y aprender a releerlas y reinterpretarlas de nuevo. Por eso, de alguna manera, vivir dentro de una tradición significa ponerla siempre en duda.
En los tiempos que corren, los judíos, los cristianos y los musulmanes que actúen como si pudieran vivir aislados los unos de los otros no están más que engañándose a sí mismos. Necesitamos encontrar maneras en las que podamos dejar atrás las sospechas, las desconfianzas y los temores que se han acumulado durante siglos. ¿Somos realmente capaces de reconocer que Dios tiene maneras diferentes de relacionarse con personas distintas y de dejarnos penetrar por la sabiduría y la belleza que residen en esas comunidades diferentes? Ese es el reto que sigo enfrentando con mi mente y mi corazón hasta el día de hoy.