7 de agosto de 2014
DAVID NIRENBERG:
La forma de pensar a los judíos y la forma de pensar el judaísmo ha sido un factor fundamental en la manera en que Occidente ha llegado a pensar el mundo.
ALEISA FISHMAN:
David Nirenberg es profesor de Historia en la Universidad de Chicago. En su libro Anti-Judaism: The Western Tradition (Antijudaísmo: la tradición occidental), Nirenberg analiza la perdurabilidad y el empleo de los sentimientos antijudíos a lo largo de la historia.
Bienvenidos a Voces sobre el antisemitismo, una serie de podcast del Museo Conmemorativo del Holocausto de los Estados Unidos que es posible gracias al generoso apoyo de la Oliver and Elizabeth Stanton Foundation. Soy Aleisa Fishman. Cada mes, tenemos un invitado que reflexiona sobre las muchas maneras en que el antisemitismo y el odio influencian nuestro mundo en la actualidad. Desde Chicago, llega la voz de David Nirenberg.
DAVID NIRENBERG:
El antijudaísmo tiene que ver con la manera en que las personas en el mundo han asociado sus problemas con el judaísmo, aun cuando esos problemas no tenían relación alguna con los judíos, e incluso en casos en que los judíos ni siquiera habían formado parte de esa sociedad durante cientos de años o, quizá, jamás lo habían hecho. La gran diferencia con respecto al antisemitismo es que, en realidad, no hace referencia al modo en que actúan las personas en relación con los judíos. Claro que la forma en que el mundo se ha servido del judaísmo como una herramienta para pensar acerca de sí mismo repercute en la manera en que actúa o piensa en relación con los judíos, pero esa es una cuestión bastante más amplia. Esa cuestión nos enseña cómo los cristianos, los musulmanes, los marxistas y los fascistas —es decir, tipos muy distintos de personas— se han caracterizado mutuamente en términos del judaísmo, aunque ninguno de ellos sea lo que podríamos considerar un verdadero judío. Lo que hace que el antijudaísmo sea una forma tan poderosa de pensar acerca del mundo es que se puede aplicar a cualquiera.
El antijudaísmo está codificado en muchas de las religiones más poderosas. Tanto el cristianismo como el islam se basan en la tradición de las escrituras judías y del judaísmo. El cristianismo se ocupa de demostrar cómo su forma de leer las escrituras es la correcta, mientras que la que empleaban los judíos que no adoptaron el cristianismo estaba equivocada. El islamismo, por su parte, tiene que demostrar cómo su propia forma de leer las escrituras era la correcta. Entonces, el hecho de que tanto el islamismo como el cristianismo argumenten en contra del judaísmo es un rasgo que hace a la definición de cada una de estas religiones. ¿Estoy siendo cristiano o estoy actuando como judío? Lo mismo ocurre con el islam. Ya desde los comienzos del islam, diversos grupos de musulmanes se acusaban unos a otros de ser como los judíos y, por lo tanto, de ser malos musulmanes. En nuestra sociedad, por ejemplo, podemos analizar cómo todas las partes que participan en un conflicto, como en Egipto, Siria o Irak, se califican mutuamente de judíos, a pesar de que no hay ningún judío entre ellos.
Por lo general, consideramos a los nazis antisemitas, y, desde luego, lo eran. Sin embargo, no podemos entender por qué su programa ejercía tanto poder —es decir, por qué tantos millones de personas aceptaron la afirmación de que los peligros del mundo en el que vivían encontraban su mejor explicación en el judaísmo— sin antes comprender la manera en que se les había enseñado a pensar acerca del mundo en términos del antijudaísmo. Incluso los nazis, que eran muy eficaces a la hora de apuntar hacia los verdaderos judíos —por llamarlos de alguna manera— para su exterminio homicida, se sirvieron del antijudaísmo para perseguir a personas que no eran realmente judías, tal como ocurrió en la “desjudaización” de la universidad o la exposición de arte de 1937, cuando los nazis intentaron desjudaizar el arte alemán. Si el antijudaísmo remitiera solamente a los verdaderos judíos, no habría podido movilizar a millones, decenas de millones, cientos de millones de personas en Europa para que entendieran sus desafíos y sus miedos en términos de la necesidad de exterminar el judaísmo.
Comprendo que puede resultar triste o deprimente analizar la medida en que el pensamiento generalizado en términos del judaísmo ha influido en la historia de cómo aprendimos a pensar acerca del mundo. Aun así, creo que es sumamente liberador volverse consciente de esa influencia, ya que solo cuando somos conscientes de ella podemos comenzar a preguntarnos: “Un momento, ¿por qué pienso en el mundo de esta manera? ¿Es porque el mundo realmente es así? ¿Acaso los judíos son aquello que realmente me preocupa? ¿O pienso que es así porque los conceptos fundamentales que estoy aplicando me enseñaron a pensar en este problema en términos del judaísmo?”. Sostengo que, una vez que nos volvemos conscientes respecto de por qué tenemos cierta tendencia a pensar de determinadas maneras, podemos desarrollar enfoques para ayudar a las personas a darse cuenta de las consecuencias en relación con sus respectivos discursos políticos y su capacidad para lograr que sus países sean mejores.