8 de noviembre de 2007
En 2004, el padre Patrick Desbois salió de viaje por toda Ucrania para identificar los lugares en donde se habían cometido los asesinatos masivos de judíos durante el Holocausto. Una de sus motivaciones es el recuerdo de su propio abuelo, un soldado francés que fue deportado a Ucrania por los nazis.
PADRE PATRICK DESBOIS:
No podemos permitir que nuestros ancestros permanezcan insepultos como si fueran animales. Es una cuestión de dignidad, de justicia. Los judíos son, ante todo, seres humanos. Sin embargo, en muchos lugares de Europa central, muchos judíos no han sido sepultados. Primero hay que saber que tenemos un deber para con esas personas. De lo contrario, cuando nos encontremos con ellas en el cielo, ¿cómo haremos para mirarlas a los ojos y decirles: “No cuidamos de ustedes”?
DANIEL GREENE:
Cuando los nazis invadieron la Unión Soviética en 1941, los equipos móviles de matanza, conocidos como Einsatzgruppen, comenzaron a trasladarse de una ciudad a otra a fin de reunir judíos para exterminarlos. Por lo general, las víctimas eran obligadas a cavar sus propias fosas comunes. Las asesinaban de un solo disparo, y aquellas que no morían al instante eran enterradas vivas. Aproximadamente un millón y medio de judíos fueron asesinados de esa manera. Nadie jamás marcó sus tumbas.
En 2004, el padre Patrick Desbois decidió salir en busca de los aproximadamente 2500 centros de exterminio distribuidos por toda Ucrania. Mientras viaja con intérpretes, fotógrafos y un experto en balística, Desbois busca testigos vivos de estos crímenes. Una de sus motivaciones es el recuerdo de su propio abuelo, un soldado francés que fue deportado a Ucrania por los nazis.
Bienvenidos a Voces sobre el antisemitismo, una serie de podcast gratuitos del Museo Conmemorativo del Holocausto de los Estados Unidos. Mi nombre es Daniel Greene. Cada dos semanas, tenemos un invitado que reflexiona sobre las muchas maneras en que el antisemitismo y el odio influencian nuestro mundo en la actualidad. Ahora presentamos al presidente de Yahad-In Unum, el padre Patrick Desbois.
PADRE PATRICK DESBOIS:
Según mis cálculos, la cantidad de fosas comunes en Ucrania es de 2500 como mínimo. Ya hemos dado con 800 testigos que estuvieron presentes en las ejecuciones cuando eran niños de entre 6 y 16 años. Los reclutaban por la mañana, por ejemplo, para llevar a los judíos desde el pueblo a la fosa común. O para llevar los dientes, los dientes de oro, antes del exterminio, etcétera. Claro que actualmente la mayoría de ellos no están vivos, pero encuentro un mínimo de uno o dos por fosa común.
Estas personas tienen toda la voluntad de hablar antes de morir. No pueden entender cómo nadie vino antes para hacerles preguntas. A menudo les pregunto: “¿Vino alguien?”.
Me responden: “No, nadie desde 1942. Usted es el primero”.
Entonces, les digo: “¿Por qué hablan ahora?”.
“Porque usted está aquí. Usted nos pidió que lo hagamos”.
Para ellos es una forma de descargarse. Son personas pobres y tienen algo así como un sentimiento de fraternidad con los judíos que fueron asesinados en sus pueblos hace mucho tiempo. Sesenta años después, las víctimas siguen sin sepultar.
En muchos casos, cuando nos vamos, me dicen: “Debe prometernos, padre, que hará todo lo posible por construir un monumento en conmemoración de estas personas”.
También es necesario saber que hay contrabandistas que abren las fosas comunes en busca de oro. Eso es una desgracia terrible. Desde mi punto de vista, no es aceptable que, por un lado, intentemos construir un mundo moderno y hablemos del Holocausto en todas partes del mundo, pero, por otro lado, no enterremos a sus víctimas.
Tenemos un equipo reducido. Es mitad ucraniano y mitad francés. Cuando llegamos a un pueblo, buscamos alguna persona mayor y, cuando encontramos a la primera, le preguntamos: “¿Estuvo aquí durante la guerra?”.
Luego, en la mayoría de los casos, esa persona nos deriva a un amigo de ella que ha presenciado una ejecución. En otros casos, vamos a ver al sacerdote del pueblo, quien se dirige a la parroquia para preguntar: “¿Quién estuvo presente en una ejecución?”.
A veces vamos a la tienda principal del lugar y permanecemos tres horas allí. Esperamos a que entren las personas mayores para comprar comida. De esa forma, avanzando poco a poco, encontramos un testigo. Si un día no es suficiente para escuchar la verdad, volvemos. Otras veces sucede que llegamos a un pueblo y nos dicen: “Lo sentimos mucho. La mujer que sabía todo murió el mes pasado”. Eso quiere decir que llegamos un mes tarde. Evidentemente, esto nos ocurre cada vez más a menudo. Por eso queremos terminar por completo y seguir trabajando mientras los testigos sigan vivos, porque algún día dejarán de estar entre nosotros.
Nuestro principal objetivo es determinar los hechos. Nadie sabe cómo asesinaron a estas personas y nadie sabe dónde están sus cuerpos. Esto implica que las han expulsado por completo de la humanidad.
Un día tuve la intuición de que los nazis habían olvidado sus cartuchos. Así que probamos con la fosa común y hallamos 5700 cartuchos, cartuchos alemanes. En cada cartucho se indica la fecha de fabricación y la marca. Como no había cartuchos soviéticos, era evidente que allí no había tenido lugar una batalla. Entonces, habían asesinado a otras personas desarmadas. Los cartuchos constituyen una de las principales pruebas, ya que debemos identificar una prueba de este genocidio en cada uno de los pueblos. No se trata de un campo, sino de todo un continente.
Es un crimen de gran magnitud. Tenemos que hacer nuestro trabajo mientras [el presidente iraní, Mahmoud] Ahmadinejad anda diciendo por todo el mundo que no hay pruebas. En ese contexto, en nuestro continente, tarde o temprano, las personas pueden comenzar a pensar no que el Holocausto no existió, pero sí que quizá los judíos exageraron, que tal vez sea todo una exageración del pueblo judío. Mi tarea consiste en identificar definitivamente las pruebas necesarias para que ya nadie pueda argumentar que “no sucedió”.