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Frank Meeink
Ex skinhead
En su libro Autobiography of a Recovering Skinhead (Autobiografía de un skinhead en recuperación), Frank Meeink describe, con una honestidad brutal, su incursión en la intolerancia y la violencia en su época de adolescente neonazi. A través de algunos encuentros personales sorprendentes, Meeink llegó a rechazar sus creencias y convertirse en un defensor de la tolerancia y la diversidad.
La transcripción completa
3 de marzo de 2011
FRANK MEEINK:
El miedo a los skinheads en los ojos de la gente me encantaba porque, de los 10 a los 14 años, le tenía miedo a todo. Le tenía miedo al colegio. Le tenía miedo a mi casa. Le tenía miedo a no tener suficiente comida. Le tenía miedo a todo. En cambio, finalmente ahora alguien me tenía miedo a mí, y me encantaba esa sensación.
ALEISA FISHMAN:
En su libro Autobiography of a Recovering Skinhead (Autobiografía de un skinhead en recuperación), Frank Meeink describe, con una honestidad brutal, su incursión en la intolerancia y la violencia en su época de adolescente neonazi. A través de algunos encuentros personales sorprendentes, Meeink llegó a rechazar sus creencias y convertirse en un defensor de la tolerancia y la diversidad. Su historia es una advertencia sobre cómo los jóvenes alienados pueden involucrarse fácilmente en grupos de odio.
Bienvenido a Voces sobre el antisemitismo, una serie de podcasts del Museo Conmemorativo del Holocausto de los Estados Unidos, que es posible gracias al generoso apoyo de la Fundación Oliver y Elizabeth Stanton. Soy Aleisa Fishman. Cada mes, tenemos un invitado que reflexiona sobre las muchas maneras en que el antisemitismo y el odio influencian nuestro mundo en la actualidad. Presentamos a Frank Meeink.
FRANK MEEINK:
Me uní al movimiento de supremacía blanca cuando tenía alrededor de 14 años. Me mudé del barrio de mi mamá en la zona sur de Filadelfia al barrio de mi papá en la zona sudoeste de Filadelfia y tuve que cambiar de colegio. Era principalmente un colegio de niños negros, donde los niños blancos tenían que pelear mucho. Ese verano fui a Lancaster, Pensilvania, donde vivía mi primo. Él formaba parte de un grupo de skinheads. Y de alguna manera, me sentí completamente atraído por eso.
Las primeras veces que me junté con ellos, hablaban conmigo y me preguntaban básicamente cómo era mi vida. Eran cosas que mis padres nunca me habían preguntado. Nunca me preguntaron “¿Cómo te fue en el colegio hoy, hijo?” o “¿Cómo te fue en matemática hoy?” “¿Tienes novia?” Yo solo era alguien que estaba ahí. Yo era un error entre dos jóvenes drogadictos y me tironeaban de aquí para allá… no era lo que se dice una gran vida familiar.
Así que una noche, cuando fuimos a uno de los conciertos y todos les temían a los skinheads, yo estaba junto a ellos, todavía con cabello en la cabeza. Esa noche, después de terminado el concierto, todos hablaban sobre las peleas y sobre cómo habían tenido que protegerme por tener cabello en la cabeza. Y uno simplemente me dijo: “Eh, ¿cuándo vas a afeitarte esa mierda que tienes en la cabeza?” Y así fue. Ahora bien, no quiero dar la impresión de que eran unos genios reclutadores. Solo eran varones más grandes, chicos de 16 o 17 años que querían sumar a otros como yo. Y cuando uno no tiene mucho en casa, cualquiera que le dé aunque sea una galleta, seguro llenará ese apetito.
La violencia era central en nuestra camaradería. Lo que nos unía era salir y causar daño a otras personas. Odiábamos a cualquiera que no fuéramos nosotros. El que no creía en lo creíamos era nuestro enemigo. Y cualquiera podía ser una víctima. Así era como funcionaba la lealtad entre nosotros. Así era como nos sentíamos más poderosos en nuestro grupo, cuando hacíamos cosas horribles a otros seres humanos. Podía ser desde ir a la zona de los vagabundos en Filadelfia y golpear a las personas como lo hacen en la película La naranja mecánica hasta ir a una sinagoga y rociarla con pintura. Una de las razones por las que lo hacíamos era para alimentar la bestia en nosotros y alimentar la bestia de los medios, que sabíamos se alimentaría de nosotros y nos ayudarían a conseguir más adeptos. Cuando uno vive para su ego —y eso es lo que hacen las personas que odian: viven para su ego sin ninguna autoestima—, cuando los medios y otras personas alimentan el ego de este grupo, este sigue creciendo. Una vez que uno se vuelve egomaníaco con baja autoestima y está en un grupo, es la persona más peligrosa del mundo.
Durante los episodios de vandalismo y las pintadas, nunca sentí culpa. Es triste decirlo, y la gente se enojará conmigo por decirlo, pero simplemente no sentía culpa. Me hacía sentir bien hacer esas cosas con mis compañeros, y cualquier cosa que ellos aprobaban, yo la hacía. Pero por la violencia, en el 90 % de los 200, 300 actos de violencia en los que participé en el movimiento, nunca sentí nada. Es decir, en realidad, lo disfrutaba. Quizás porque cuando era niño me pegaban, no lo sé. Cuando era niño me pegaban muy fuerte. Recuerdo que había veces en las que ponía mentalmente la cara de mi padrastro en la cara de nuestras víctimas, y por eso cada patada y cada piña me hacía sentir tan bien. Sé que eso puede sonar patológico, pero así era. “Es lo que es”, como dicen. Pero había veces, recuerdo, cuando terminábamos y miraba hacia abajo a otro ser humano y pensaba que podía haber sido uno de mis tíos yendo hacia la facultad. O ese podía ser un amigo. Pero rápidamente quitaba eso de mi mente, porque no quería sentir culpa. No quería tener ese sentimiento.
Era un matón racista, pero Dios, la ciencia y la naturaleza seguían demostrándome constantemente que mis creencias me perjudicaban. Había llegado a la conclusión de que negros y asiáticos y latinos y blancos, todos cuadrábamos; podía admitir eso. Pero seguía odiando a los judíos, porque, lo diré de esta manera, las personas odian lo que no comprenden. Es la defensa más rápida. No conocía a ningún judío, así que decía: “¿Saben qué? Voy a seguir odiándolos por lo que creo desde hace mucho” —en realidad, eran solo cinco años—. “Lo que creo no puede estar tan equivocado; algo de eso tiene que ser cierto”. Me aferraba a estos últimos vestigios de odio hacia los judíos y luego un judío me dio trabajo cuando nadie me contrataba. Yo tenía una gran esvástica tatuada en el cuello. Estas no son aptitudes de la gente buena. Así que el judío me empleó para trabajar en una exposición de antigüedades. Trabajé todo el fin de semana y se suponía que debía pagarme $100 por día, así que me debía $300, pero reuní $600 en propinas. Así que pensé, con mi mentalidad antisemita, que iba a venir a decirme: “No te voy a dar dinero. Ya ganaste $600. Deberías darte por satisfecho con eso”. Ya había planeado todo lo que iba a decirle, cómo se lo iba a gritar cuando me contestara esto o aquello. Y cuando se acercó a mí, me dijo: “Aquí tienes, $200, $300. Esto es lo que te debo”. Y luego me dijo: “¿Sabes qué? Aquí tienes cien dólares extra. Eres muy buen trabajador”. Y cuando me pagó esos $100 extra, en todo lo que pude pensar fue: “Tú, degenerado. Lo estás estropeando”. Porque yo no quería estar equivocado. Un chico de diecinueve años no quiere creer que lo que cree está equivocado. Hiere la consciencia.
Luego me llevó a Filadelfia y me dijo: “Oye, ¿qué haces para ganarte la vida?” “Nada”, respondí. Entonces me dijo: “¿Por qué no vienes a trabajar conmigo?” Miré hacia abajo, tenía mis botas Doc Martens puestas con cordones rojos, lo que significaba que era neonazi, y me sentí realmente avergonzado, muy avergonzado por mis creencias. Así fue. Estaba completamente equivocado y tenía que admitirlo. Así que fui a trabajar para este hombre extraordinario.
La manera en que la gente normal o la gente que trata de trabajar en contra de estas creencias puede ayudar a alguien que se está metiendo en esto es, primero y principal, siempre, siempre tratar a la persona con respeto. Si alguien trata de hacerme sentir como un tonto o que mis creencias son estúpidas —porque estoy tratando de hablar como un chico de 14 años—, voy a atacarlo. Quizás no físicamente de inmediato, pero ya me perdió. Así que es necesario tratar a las personas con respeto y entender que lo que funcionará es llegar a conocer a alguien. No pueden odiar siempre si saben que hay alguien que se acerca de una manera amable y amorosa. Y eso es lo que tenemos que hacer.
ALEISA FISHMAN:
Frank Meeink ahora enseña hockey y resolución de conflictos a jóvenes. Acudió a un médico que perdió a su familia en el Holocausto para que le quitara el tatuaje de la esvástica.
Voces sobre el antisemitismo es una serie de podcasts del Museo Conmemorativo del Holocausto de los Estados Unidos. Escúchenos todos los meses para obtener una nueva perspectiva sobre la constante amenaza del antisemitismo en nuestro mundo actual. Agradeceremos sus comentarios sobre esta serie. Visite nuestro sitio web: www.ushmm.org.