7 de diciembre de 2006
GERDA WEISSMANN KLEIN:
El antisemitismo, sin duda, es importante. Particularmente, es muy importante para mí porque toda mi familia fue asesinada sin motivo alguno, salvo por el hecho de haber nacido judíos. No podía ser de otra manera. No podía ser un niño. Nací siendo niña. Nací en una familia judía. Nací judía. Por supuesto, esta es una cuestión más amplia, porque hay muchas personas a las que no se las comprende o que sufren actos denigratorios, ya sea a causa de la familia en la que nacieron, por su aspecto físico o por otras características.
DANIEL GREENE:
La sobreviviente del Holocausto Gerda Weissmann Klein ha dedicado toda su vida a educar a los demás sobre la necesidad de ser tolerantes y comprensivos. Durante 60 años, ha escrito obras y ha dictado charlas acerca de sus experiencias en los campos de trabajo esclavo nazis y sobre la marcha de la muerte que recorrió Alemania al final de la guerra con el objetivo de eliminar al resto de los testigos. Klein sobrevivió a la marcha y, de hecho, conoció a su esposo entre los soldados estadounidenses que la liberaron en 1945. Sus experiencias, al igual que sus relatos, están llenos de tragedia, pero también de esperanza.
Bienvenidos a Voces sobre el antisemitismo, una serie de podcast gratuitos del Museo Conmemorativo del Holocausto de los Estados Unidos. Mi nombre es Daniel Greene. Cada dos semanas, tenemos un invitado que reflexiona sobre las muchas maneras en que el antisemitismo y el odio influencian nuestro mundo en la actualidad. Ahora presentamos a la sobreviviente del Holocausto Gerda Weissmann Klein.
GERDA WEISSMANN KLEIN:
Aun en los momentos más difíciles de mi vida, cuando me encontraba en los campos, en los campos de concentración de trabajo esclavo, aferraba mis esperanzas a las cosas más ínfimas. Por ejemplo, si alguien se te acercaba o colocaba su brazo a tu alrededor, o si recibías una porción de pan apenas un poco más grande, eso ya era una bendición. Por lo tanto, yo sí creo en la bondad esencial de las personas. Pero, al mismo tiempo, no soy ninguna Pollyanna. No creo haber estado rodeada de polvo de hadas ni nada por el estilo. Sin embargo, considero que el hecho de ser sobrevivientes es un privilegio extraordinario. Nos da la libertad de tener hijos y nietos, de caminar sin temor, de escribir y de hacer lo que sea. Asimismo, conlleva una obligación muy profunda.
En mi caso, siempre he sido una persona optimista. De lo contrario, no estaría aquí. Sin embargo, mi gran preocupación está relacionada con los efectos que la intolerancia tiene en la seguridad de los niños, ya que, lamentablemente, la falta de tolerancia está otra vez entre nosotros. Es decir, creo que después del 11 de septiembre nos hemos dado cuenta de que el mundo no es un lugar muy seguro; no tanto como yo había esperado y rogado. Para ser sincera, a veces siento que he vivido demasiado tiempo. Lamentablemente, hoy en día no existen límites ni fronteras. No hay nada para cruzar. Se trata de una guerra totalmente diferente; una guerra que puede estallar en cualquier parte. En este sentido, lo que resulta sumamente aterrador y triste es pensar que una minoría tan pequeña de fanáticos sea capaz de destruir al mundo entero. A esto hay que sumarle lo doloroso que es ver los actos más despiadados y terribles que se hayan cometido en nombre de la religión. Estoy completamente segura de que esa no es la voluntad de Dios.
Estoy convencida de que tenemos que luchar contra todas las formas de intolerancia. Creo que la intolerancia religiosa condice con la intolerancia racial. Hay quienes me han preguntado: “¿Cuántas personas participaron en la marcha de la muerte? ¿Cuarenta mil? ¿Cuatro mil?”. En realidad, si fueron cuarenta mil o cuatro mil no hace a la diferencia, a menos que uno se sienta identificado con una persona. Hasta que el mundo aprenda que todos tenemos el mismo corazón, algunos uno más amable que el de otros, me parece que es importante poder hablar del tema. Hay que hablar y darles esperanza a las personas.