23 de octubre de 2008
JOHANNA NEUMANN:
La familia Pilku era gente muy cálida, muy cálida. Incluso antes de que viviéramos con ellos, ella vino muchas veces a vernos y a traernos cosas que sabía que no podíamos comprar, o sus tortas caseras y cosas de ese tipo. Era una buena amiga.
ALEISA FISHMAN:
Cuando Johanna Neumann habla de la familia Pilku, que la rescató durante el Holocausto, su voz se llena de gratitud y afecto. En su vida de adulta, Neumann hizo grandes esfuerzos para conseguir que sus salvadores sean honrados como Justos entre las Naciones por Yad Vashem, la Institución Conmemorativa del Holocausto de Israel. Pero su cariño por los Pilku coexiste con algunas profundas contradicciones.
Bienvenido a Voces sobre el antisemitismo, una serie gratuita de podcasts del Museo Conmemorativo del Holocausto de los Estados Unidos, que ha sido posible gracias al generoso apoyo de la Fundación Oliver y Elizabeth Stanton. Me llamo Aleisa Fishman y seré su nueva presentadora. Cada dos semanas, recibimos a un invitado para reflexionar sobre las muchas maneras en que el antisemitismo y el odio influencian nuestro mundo en la actualidad. Les presento a la sobreviviente del Holocausto, Johanna Neumann.
JOHANNA NEUMANN:
Nací en Hamburgo, en Alemania, y tuve la fortuna de sobrevivir con mis padres en Albania. Nos hicimos amigos de algunos albaneses. Mi madre conoció a la señora Pilku, y fue la familia Pilku la que nos rescató, nos salvó, nos escondió en su casa durante la ocupación alemana. La Sra. Pilku era alemana, y por ese motivo fue que conoció a mi madre, porque creo que de alguna manera, en algún lugar, ella la escuchó hablar en alemán y se presentó. Y nos hicimos muy amigos de la familia Pilku. El Sr. Pilku, él era musulmán. No sé si ella se había convertido o no al Islam, pero eso es irrelevante. Ella era alemana. No había dudas de que simpatizaba con el régimen en Alemania. Su padre, aparentemente, había sido uno de los primeros partidarios de la Alemania nazi. Y tenía un retrato de Hitler bastante grande, enmarcado en su sala de estar.
Todo anduvo muy bien hasta el verano de 1943, cuando Alemania ocupó Albania. Y en ese momento nuestras vidas pasaron a estar, por supuesto, en gran peligro. Como se sabía que la Sra. Pilku era alemana y su padre era obviamente una persona conocida en Alemania, los soldados y los oficiales alemanes, los oficiales de las SS, frecuentaban la casa. Y ellos nos presentaban a todos como su familia de Alemania que estaba de visita en Albania para alejarse de los bombardeos, para pasar unas vacaciones. La excusa que fuera. Quiero decir que se comportaron de una manera ejemplar.
Les puedo llegar a decir que estábamos escondidos en su casa, y un día recuerdo que el Sr. Pilku escuchó que un grupo de judíos había construido un bote a remo para irse de Albania remando. Ella dijo inmediatamente —y lo recuerdo muy bien—, dijo inmediatamente: “Vamos a dar un paseo por la playa y, si encontramos a algún soldado alemán, nos vamos a poner a charlar con ellos y, si hace falta, los invitamos a casa a tomar un café.” Y recuerdo ir con ellos, y recuerdo que lo hicimos durante muchas noches. Quiero decir que ella tenía ese sentimiento humanitario, a pesar de que sabía que esos tipos se habían escapado de la Alemania nazi. Cómo reconciliaba eso, no lo sé, nunca lo logramos comprender. Los alemanes habían pasados momentos tan terribles después de la Primera Guerra Mundial, y creo que desde ese punto de vista supongo que ella pensó que ése era el hombre que iba a solucionar todos los problemas y recuperar la gloria de Alemania.
La complejidad de su comportamiento creo que es algo que surge probablemente todos los días en nuestras vidas. Creo que la gente tiene muchas complicaciones. Tiene distintas orientaciones. Y creo que eso en algunas personas se muestra de maneras diferentes, y en grados diferentes. Pero creo que todos tenemos conflictos internos. Y en momentos como ése, ante semejante cataclismo en el mundo, y la verdad es que era eso, un cataclismo total, esa no era una vida normal en ese momento, para nada.