3 de julio de 2008
LAUREL LEFF:
Dar con los relatos acerca de lo que estaban viviendo los judíos de Europa habría requerido un trabajo y un esfuerzo que no creo que la mayoría de los estadounidenses estuvieran dispuestos a hacer en favor de un grupo minoritario extranjero.
Me refiero a que las víctimas de esos hechos conformaban un grupo muy lejano y muy distinto, y creo que, para que a los estadounidenses les importara, era necesario que el tema llamara su atención.
Es demasiado fácil afirmar que lo desconocían. Al mismo tiempo, considero que es una responsabilidad periodística poner los acontecimientos importantes al alcance de los lectores.
DANIEL GREENE:
En su libro Buried by The Times (Enterrados por el Times), la periodista y profesora Laurel Leff plantea el interrogante de cómo el New York Times podría haber desconocido o desestimado la magnitud de la aniquilación de los judíos europeos. Al estudiar esta historia y sus consecuencias, Leff encontró varias lecciones universales para los periodistas contemporáneos.
Bienvenidos a Voces sobre el antisemitismo, una serie de podcast gratuitos del Museo de la Memoria del Holocausto de los Estados Unidos que es posible gracias al generoso apoyo de la Oliver and Elizabeth Stanton Foundation. Mi nombre es Daniel Greene. Cada dos semanas, tenemos un invitado que reflexiona sobre las muchas maneras en que el antisemitismo y el odio influencian nuestro mundo en la actualidad. Presentamos a la profesora de Periodismo de la Universidad de Northeastern, Laurel Leff.
LAUREL LEFF:
En Buried by The Times (Enterrados por el Times), me dediqué a investigar la cobertura del Holocausto que realizó el New York Times.
Descubrí que, durante el período que abarcó la guerra, que fue del 1 de septiembre de 1939 a mayo de 1945, el New York Times publicó 1.186 artículos sobre lo que más tarde llamaríamos el Holocausto.
También descubrí que casi todos esos artículos se encontraban en las páginas internas del periódico. Solo encontré seis historias publicadas en la primera plana que hacían referencia al exterminio y que identificaban claramente a los judíos como sus principales víctimas.
Como periodista, no me cabe ninguna duda de que durante los seis años que duró la guerra hubo muchas oportunidades para decidir que esta historia era digna de aparecer en la primera plana.
Al contrario de lo que se podría esperar, los periódicos no publicaron los desgarradores relatos de las personas que vivían en Düsseldorf o en otro lugar y de repente se encontraban en el gueto de Łódź, y luego eran trasladadas a un campo de concentración. Esa clase de historias, que habrían sido capaces de humanizar a los lectores, de dejar a un lado los millones de personas muertas o la cantidad de cuerpos encontrados para atraer el compromiso de la audiencia y darle algunas herramientas para intentar comprender la situación, no formaron parte de la cobertura periodística de los 40.
Esto nos ayuda a comprender, en cierta medida, por qué el Gobierno estadounidense no reaccionó ante los hechos. Si los mandatarios podían leer la primera plana del New York Times todos los días, tal como hacía Roosevelt, sin tener que lidiar con las historias del Holocausto, era mucho más fácil no tener una política gubernamental para tratar de salvar a los judíos.
Creo que la importancia de analizar el Holocausto a través de la investigación de la cobertura realizada por un periódico de la época radica en que continúa con esta tarea constante —y me parece fascinante que así sea— de establecer que durante ese período había una gran cantidad de información en los Estados Unidos acerca de lo que estaba ocurriendo en Europa.
Por ejemplo, hubo un artículo sobre Treblinka. Allí se describía con exactitud lo que les ocurría a los judíos después de ser llevados a las cámaras de gas: primero a las mujeres y los niños, y luego a los hombres. Estaba lleno de detalles. Cuando leemos esa clase de relatos, tan detallados, y somos conscientes de que se publicaron y, por lo tanto, se dieron a conocer en la misma época en la que eso estaba sucediendo, cambia nuestra forma de ver —y la forma en que deberíamos ver— los hechos.
Aquí no se trata de un informe secreto del Gobierno al que solo tienen acceso ciertas personas, por lo que solo un par de burócratas horrorizados o algunos activistas de una determinada organización judía conocen la información. Estamos hablando de un artículo que publicó el New York Times.
Creo que es una responsabilidad de los periodistas arriesgarse lo necesario para que los lectores presten atención a un relato sobre el asesinato de seis millones de personas.
Cuando escribí el libro, de verdad esperaba encontrar en el Times u otro medio a alguien que fuera un héroe, que hubiera hecho lo imposible por hacer de esa responsabilidad su misión durante ese momento histórico, incluso si no lograba cumplirla.
Sin embargo, no encontré a nadie con esas características.
La pregunta es siempre la siguiente: “¿por qué luchas?, ¿por qué historias?, ¿por qué problemas?”.
Estoy segura de que esta es la clase de historia que debería estar en esa lista, ya que, si una iba a luchar por obtener mayor cobertura de un hecho, esta debió haber sido una de las historias por las que valía la pena hacer el esfuerzo.