6 de octubre de 2011
ALEISA FISHMAN:
Como actor, Sir Ben Kingsley interpretó papeles principales en varias películas sobre el Holocausto, que incluyeron Simon Wiesenthal en Los asesinos entre nosotros: la historia de Simon Wiesenthal, Itzhak Stern en La lista de Schindler, y Otto Frank en Ana Frank: la historia completa. Kingsley cree que es importante confrontar la tragedia en el cine y el arte, y que, como actor, puede ser tanto narrador como testigo.
Bienvenido a Voces sobre el antisemitismo, una serie de podcasts del Museo Conmemorativo del Holocausto de los Estados Unidos, que es posible gracias al generoso apoyo de la Fundación Oliver y Elizabeth Stanton. Soy Aleisa Fishman. Cada mes, tenemos un invitado que reflexiona sobre las muchas maneras en que el antisemitismo y el odio influencian nuestro mundo en la actualidad. Presentamos a Sir Ben Kingsley, cuyos comentarios se han extraído de una entrevista realizada por Scott Simon de NPR, grabada en vivo en el Museo Conmemorativo del Holocausto de los Estados Unidos.
SIR BEN KINGSLEY:
Creo que la función del actor, quizás en su forma más simple y pura, es la de narrador tribal. Y si me transportara 3000 años atrás, estaría sentado junto a un fogón a la noche con la pequeña tribu, reconfortándolos sobre su pasado y tranquilizándolos respecto de su futuro.
Siento que cualquiera sea el papel que interprete, siempre que el guión sea lo suficientemente sustancial y sólido, se vincula con eso. Y, por lo tanto, eso implica la responsabilidad de examinar la función del narrador de la manera más profunda y rotunda que pueda, ya que la función de un canal de empatía es vital, en particular en construcciones como esta. Lograr que los visitantes sientan empatía y comprendan lo incomprensible es una tarea enormemente difícil. Y creo que una escritura excelente, que posibilite un arte dramático excelente, ha tenido siempre, quizás, el objetivo de llegar al espectador e intentar construir esos puentes de empatía, en particular, en aspectos de la vida que son desconcertantes y aterradores, y tratar de incorporarlos en la filosofía y el tejido de la vida diaria.
Llevar una estrella amarilla en una película es una experiencia muy perturbadora. Por nuestra hormona de lucha o huída, la adrenalina, y por nuestro mecanismo de defensa, el cuerpo no sabe que estoy actuando. Si alguien con un uniforme nazi me persigue con una pistola, mi cuerpo dice: “¡Huye!” No pasa por mi cerebro, gracias a Dios. De modo que el estrés que sufre el cuerpo por estar en una película como esta es enorme, y uno lo lleva a todos lados. Estira el propio elástico. Y uno espera que al final del día, el elástico vuelva a su forma original. Pero realmente se siente el daño, como es de imaginar.
Leí La lista de Schindler, que fue terrible. Me reuní con Spielberg y, al principio, la decisión de aceptar el papel me tenía muy nervioso. Stephen me llamó a su oficina. Siempre estoy muy interesado en entender mi función narrativa en una película. Con Itzhak Stern, tenía una palabra en el bolsillo. Entonces le pregunté a Stephen Spielberg: “¿Cuál crees que es la función narrativa de mi papel?” Ahora bien, algunos directores de Hollywood quedarían perplejos y mirarían mis labios para tratar de ver en qué idioma estoy hablando, pero Stephen respondió: “Es el testigo de la película”. Y le dije: “Tengo una palabra acá en el bolsillo que dice ‘consciencia’”. Y nos dimos un apretón de manos. El testigo y la consciencia de la película.
Entonces pude ir a Cracovia, que me horrorizaba. Por la forma en la que puedo —o eso creo— abordar enfáticamente la problemática de mi personaje, al ir a Cracovia interpretando a Itzhak Stern, sentí como que se me iba a disolver el estómago. Me sentía realmente enfermo; estaba muy mal. Fue muy duro… muy duro. Necesitábamos un vodka después de filmar. Íbamos a un bar en un hotel horrible —pienso que habían comprado un surtido de alfombras y pinturas exsoviéticas— cuyo interior era marrón y anaranjado. Allí había un polaco que hablaba alemán, o un huésped alemán, que cruzó el bar tambaleándose y le preguntó a mi colega si era judío. Mi colega le contestó que sí. Era un actor israelí. Entonces el tipo hizo la mímica de una soga y la ajustó, en el bar, mientras estábamos filmando La lista de Schindler. Fue un gesto muy desafortunado de presenciar. Lo desafié —casi se arma una gran pelea— y lo saqué del bar. Pero esa manera de tratar de imaginar lo incomprensible, en realidad, por gracia de Dios, ocurrió fuera del set o en el bar. Uno piensa: “Dios mío, esta no es una película histórica. Es una representación moderna”. Estamos frente a los mismos viejos prejuicios europeos horrendos.
Así que siento que llevar una estrella amarilla en una película es una responsabilidad enorme. Uno está honrando a espíritus y, a veces, uno se siente guiado por ellos. No es algo que digo al pasar. Aunque para un actor modesto el sufrimiento es incomprensible, pero transmitir algo es una responsabilidad vital y también dichosa, por más trágica que sea. Es dichoso poder decir: “Esto sucedió. Y tenemos que incorporarlo a nuestra historia colectiva”.
ALEISA FISHMAN:
Voces sobre el antisemitismo es una serie de podcasts del Museo Conmemorativo del Holocausto de los Estados Unidos. Escúchenos todos los meses para obtener una nueva perspectiva sobre la constante amenaza del antisemitismo en nuestro mundo actual. Agradeceremos sus comentarios sobre esta serie. Visite nuestro sitio web: www.ushmm.org.