Detrás de cada nombre, una historia es un proyecto del Centro de Recursos para Sobrevivientes y Víctimas del Holocausto (Holocaust Survivors and Victims Resource Center) del Museo. El proyecto web consiste en ensayos que describen las experiencias de sobrevivientes durante el Holocausto.
Historia de Zeev
Una crónica sobre crecer en el Tercer Reich y sobre el escape a Suecia
Nací el 30 de enero de 1927 en Beckum, un pequeño pueblo cerca de Münster, en Westfalia. Por casualidad, fue justo seis años antes de Tag der Nationalen Erhebung, que quiere decir algo así como el Día Nacional de la Restauración, es decir, el día en que Adolf Hitler asumió el poder en Alemania (30 de enero de 1933) y se convirtió en Reichskanzler (canciller). Ese día afectaría toda mi vida futura. Sin embargo, también tuvo una consecuencia grata porque durante mis seis primeros años en la escuela, mi cumpleaños era un día libre, dado que la fecha había sido decretada feriado público.
Mi padre, Jacob Raphael (nacido en 1897 en Posen y fallecido en 1971 en Ramat Gan) era maestro de la escuela primaria judía local. También era el hazan y, de hecho, el líder espiritual de la comunidad. Esa era la costumbre aquellos días en las comunidades judías más pequeñas de Alemania: el maestro, en general cumplía además con todas las funciones típicas de un rabino (incluso bodas y entierros), pero no las del mohel (circuncisión) ni del shochet (sacrificios). A propósito, el predecesor de mi padre en Beckum había sido Lehrer J. Osterman, el abuelo de Uri Avnery.
Mi madre fue Lilly Fischer (nacida en 1901 en Viena y fallecida en 1991 en Haifa).
Después de 1933, la pequeña comunidad judía local se reducía sin cesar. En aquel momento, la sensación era que en los pueblos más pequeños donde todos se conocían era más difícil vivir con la legislación antisemita introducida por los nazis. En los pueblos más grandes, había más oportunidades de untertauchen, es decir, de mantener el anonimato. De todas maneras, eso era en teoría.
Por ello, en mayo de 1937, mi padre aceptó el cargo de maestro en la escuela Israelitische Gartenbauschule en Ahlem, cerca de Hannover. Pasé a ser estudiante del colegio de internos anexo a ese instituto. Fue el comienzo de una forma de vida muy diferente para mí. A los diez años, de tener prácticamente ningún contacto con otros niños de mi edad, pasé al régimen de conducta tan especial de un colegio de internos. Fue una experiencia nueva y totalmente desconocida.
Volvimos a mudarnos un año más tarde, en mayo de 1938, esta vez, a Zwickau, en Sajonia. El título oficial de mi padre en Zwickau era Prediger, es decir, predicador o clérigo. De nuevo era maestro, pero, en esta oportunidad, solo enseñaba estudios judíos, porque no había escuelas judías. Para mí, esto significaba otro cambio. En 1938, a la edad de once años, iba por primera vez a una escuela no judía, aria, la escuela Hans-Schemm-Schule. Siempre estaba completamente apartado de mis compañeros. No recuerdo que me trataran particularmente mal; simplemente me ignoraban.
Poco después de esto, en noviembre, sucedió la nefasta Reichspogromnacht [Kristallnacht], la Noche de los cristales rotos. Yo estaba en cama, enfermo de sarampión. La Gestapo se presentó por la mañana. Conocían a mi padre por sus visitas de Seelsorger (ministro) a los judíos en la prisión local. [Del informe de papá: “En la prisión solo había judíos 'extranjeros' o sin patria. Estaban allí casi exclusivamente por delitos menores, como problemas con pasaportes, permisos de residencia, etc. No había prisioneros 'políticos'. No hubo informes de maltrato”.] Se comportaron con consideración y no les molestó que hubiera un niño enfermo en la habitación. Demolieron la sala de estar. Tiraron abajo los estantes y el aparador. Destrozaron con un hacha un retrato grande de Goethe. El lugar parecía destrozado, pero después de ordenarlo, vimos que el daño no era tan grande.
Traducción del informe de papá (para A. Diamant, Frankfurt, 13 de junio de 1969): “... En Kristallnacht (la Noche de los cristales rotos), destruyeron la sinagoga de Burgstraße. La mañana siguiente, se presentaron hombres de las SS en los apartamentos judíos. Hicieron un poco de alboroto, pero no hubo maltrato propiamente dicho. En nuestro apartamento de la residencia comunitaria (Elsasserstraße al 65) apareció un hombre de las SS que tampoco causó mucho 'daño' (salvo por el vidrio de un reloj). Me pidieron que me preparara. Después de una breve marcha por las calles, pasando la Burgstraße [la sinagoga], se llevaron a los judíos (a los hombres, no a los niños) a los cuarteles de la policía. Luego los transfirieron a la prisión; las celdas estaban limpias y el trato fue justo (solo liberaron y enviaron a casa al maestro Mordehai Fingerhut debido a su pasaporte palestino). Después de tres o cuatro días, nos sometieron a un 'examen médico' (liberaron al señor Ledermann por una enfermedad del corazón) y nos transportaron a Buchenwald. Allí hice todo lo que pude para cuidar de nuestra gente y para darles ánimo, en la medida de lo posible. Hubo muchas artimañas, pero no verdaderos maltratos hacia nuestra gente. Me liberaron después de unas tres semanas (necesitaban que liquidara la comunidad) y también a todos los otros 'colegas'. No quedó nadie”. Según una tarjeta de los microarchivos de Arolesen, mi padre fue liberado el 8 de diciembre de 1938. Recuerdo que regresó durante Januká. Lo vivido en Buchenwald tuvo un efecto en mi padre: durante un breve período, se puso las filacterias todas las mañanas.
Después de recuperarme del sarampión, me expulsaron de la escuela Hans-Schemm-Schule el 15 de noviembre. La razón oficial de la expulsión fue debidamente registrada en un documento: “Jude” (judío). Sucedió algo interesante. Después de haber recibido el documento en la dirección de la escuela, regresé al aula a recoger mis cosas. El maestro, Herbert Mann, me acompañó afuera del aula y caminamos por el pasillo largo. Me puso la mano sobre el hombro y me preguntó: “¿Tu padre está en casa?”. “No”, respondí. Intentó consolarme: “Seguramente regresará a tu casa pronto. Lo sé”. Eso fue todo. Como todos los maestros de esa época, el maestro Mann usaba el distintivo del partido nazi NSDAP en la solapa. Este gesto había sido un detalle. Pero considerando la psicosis de aquellos días y el lavado de cerebro sistemático, era una manifestación de coraje y de pensamiento independiente. Muchos años después, en 1990, cuando la situación había cambiado en la RDA (Alemania Oriental), intenté ubicar a este maestro. Logré encontrar al hijo, Werner, quien me envió un par de cartas con referencias interesantes a aquel período de 1938 y también a la situación de Alemania Oriental en 1990, es decir, justo antes de la reunificación de las dos Alemanias.
Después del Pogromnacht (pogromo), la situación cambió radicalmente. Aparte de algunas lecciones esporádicas dictadas por Fingerhut y por mi padre, no recibíamos ninguna educación. En determinado momento, agregamos “Israel” y “Sara” oficialmente a nuestros nombres. Jacob era considerado suficientemente judío por sí solo y no necesitaba ningún agregado. Sin embargo, papá agregó “Israel” de todos modos. También recibimos una Kennkarte (identificación), con huellas digitales y una fotografía que mostraba la oreja izquierda.
Poco después del pogromo, la familia Fröhlich (Otto y Hermine) se convirtió en nuestros vecinos de arriba. Su hija Ruth y yo nos hicimos buenos amigos. Íbamos de paseo por el río local Mulde y jugábamos juntos. Incluso jugábamos a las cartas (por primera y última vez en mi vida). Juntos recibimos la escasa educación que nos daban. Más tarde, a partir de julio de 1939, tomábamos diariamente el tren hacia Chemnitz con otros dos niños, para asistir a la escuela judía de allí.
En ese momento concentrábamos toda nuestra energía en la emigración. Como sionista activo y reconocido, mi padre estaba en los primeros lugares de la lista para conseguir un Zertifikat (certificado) para Palestina. Finalmente, el gobierno británico se comprometió a emitirle un certificado “en el plazo de nueve meses”. Por entonces, se entendía que en Alemania corrían peligro los hombres judíos, no las mujeres ni los niños. Por esa razón, los británicos establecieron un campo de tránsito en Inglaterra (el campo Kitchener, cercano a Sandwich, en Kent), para los hombres, mientras las familias debían esperar en Alemania hasta que se recibieran los certificados. El campo Kitchener alojaba a los refugiados judíos en tránsito desde la Alemania nazi y humorísticamente se lo llamaba “Anglo-Sachsenhausen” (Sachsenhausen había sido uno de los primeros campos de concentración alemanes). Así partió mi padre para Inglaterra en junio de 1939. En diciembre de ese año, se ofreció como voluntario en el ejército británico y prestó servicio hasta fines de 1945.
Con aquella promesa de los británicos de que seríamos admitidos en Palestina en el plazo de nueve meses, mi tío Leo (Fischer, el hermano de mi madre) logró conseguir una visa para Suecia, para mi madre y para mí. En realidad esto había sucedido en junio de 1939. No sé por qué abandonamos Alemania recién a fines de agosto. Hicimos los preparativos para llevar muebles y otras pertenencias. La burocracia era complicada. Tal vez esa fue la razón de la demora. Se preservó una carta urgente escrita por mi tío Leo, con fecha del 23 de agosto de 1939: “... Les pido que se vayan lo antes posible. Pídanles a sus amigos que se encarguen de empacar y despachar sus pertenencias, pero ustedes deben partir de inmediato. No duden en viajar, incluso en el Sabbat”. En realidad, mi visa para Suecia ya estuvo lista en enero de 1939. Además, en un momento dado, obtuve un certificado para ir a Palestina, gracias a los esfuerzos de mis tíos Zvi (Hugo) y Aba Chiya (Fredy). El primo de mi madre, Mordehai Avi-Shaul, también estuvo involucrado de alguna forma. Mis padres dudaban en mandar al niño pequeño solo. Eso era bastante comprensible, probablemente.
En el Sabbat del 26 de agosto (el día del cumpleaños de mi padre) partimos de Zwickau. A través de Berlín (Stettiner Bahnhof), continuamos hacia Sassnitz en la isla báltica de Rügen. Allí, nosotros, es decir varios judíos, fuimos detenidos para una inspección especial de aduanas, que incluyó un minucioso cacheo. Cuando finalmente terminaron con nosotros, el barco que nos llevaría a Suecia había partido. Pasamos el resto de la noche en la estación portuaria. Por la mañana, bajo un sol hermoso, caminamos por la playa, junto a aquellos famosos acantilados de tierra caliza. Había rumores de que no vendría otro barco durante un tiempo, debido a la situación política tensa. Le escribimos una postal a mi padre.
Mi madre escribió: “... Esperamos estar en Kalmar alrededor de las 8, mañana por la mañana, pero no estamos seguros”. Finalmente, apareció un barco y partimos hacia Trelleborg. Desde allí, fuimos en tren al empalme ferroviario de Alvesta, donde pasamos la noche en una celda que parecía un cubículo, hasta que a la mañana temprano tomamos el tren que nos llevaría a Kalmar.
La Segunda Guerra Mundial comenzó el 1 de septiembre, tres días después de nuestra llegada a Suecia.
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