12 de Marzo de 2008
Halina Peabody habla de la decisión de su madre de esconder a su familia tras la invasión alemana a Polonia en 1939. Halina Peabody pasó la guerra en Polonia con una documentación falsa que la identificaba como católica.
Esta página también está disponible en inglés.
LA TRANSCRIPCIÓN COMPLETA
HALINA PEABODY:
“Estábamos tan traumatizados que nos quedamos paradas allí, y mi madre entonces dijo que pasara lo que pasara, no íbamos a separarnos otra vez. Pasara lo que pasara, nos iríamos todas juntas”.
NARRADOR:
Más de sesenta años después del Holocausto, el odio, el antisemitismo y el genocidio todavía amenazan a nuestro mundo. Las historias de vida de los sobrevivientes del Holocausto trascienden las décadas, y nos recuerdan que permanentemente es necesario ser ciudadanos alertas y poner freno a la injusticia, al prejuicio y al odio, en todo momento y en todo lugar.
Esta serie de podcasts presenta fragmentos de entrevistas a sobrevivientes del Holocausto realizadas en el programa público del Museo Conmemorativo del Holocausto de los Estados Unidos llamado En primera persona: conversaciones con sobrevivientes del Holocausto.
En el episodio de hoy, Halina Peabody le cuenta al presentador, Bill Benson, cómo sobrevivieron a varios aktions (operaciones violentas de alemanes contra civiles judíos) y la posterior decisión de su madre de hacer pasar a la familia como católica.
BILL BENSON:
Cuéntenos, Halina, ¿cuándo fue que su madre, sabiendo que habría aktions y que probablemente habría más, en qué momento fue que planeó que se separarían para esconderse y a ella le preocupaba particularmente que usted supiera cómo cuidar a su hermanita?
HALINA PEABODY:
Cuando regresamos a Touste, mi madre decidió que eso no iba a funcionar porque sabía que la gente estaba buscando escondites en toda la ciudad. Cavaban huecos que sirvieran de escondites para cuando se produjera la próxima aktion. Y dijo: “No va a funcionar porque nos van a trasladar otra vez.
“En cuanto encontremos un lugarcito para escondernos aquí o allá, vamos a tener que irnos; no va a funcionar”. Es por eso que trataba de que nos llevaran a mi hermana y a mí a Rumania. En ese momento había viajes. Algunos trataban de ir y simplemente salvar a los niños.
Y en un momento me dijo que tenía que cuidar a mi hermana. Tenemos una diferencia de seis años y medio; ella era una niñita y yo debía cuidarla. Íbamos a irnos a la noche en una embarcación hacia Rumania. Pero nunca pudo concretarse.
Después vino otra aktion; fue en ese momento que comenzamos a buscar refugios. Había un grupo de personas que bajaron al sótano y había una señora, una amiga de mi madre, que tenía un bebé; trataron de convencerla de que le diera algo para dormir, algún medicamento para que no se despertara cuando vinieran a llevarse gente.
Pero no quiso. Sé que la atraparon en ese momento porque vinieron a llevarse gente de varias casas porque las casas tenían la estrella amarilla, y así sabían dónde buscar. Por otro lado, mi madre decidió buscar dos escondites.
Encontró un lugar para mí, que era en el desván de un granjero que ella conocía. A su vez, hizo un trato con otra granjera para que las albergara a ella y a mi hermana, le pagó por adelantado y ella fue allí y yo, al desván. Y durante todo el día se llevaron gente.
Estaban llevándose gente y yo lo sabía. La señora de aquel lugar me decía que cuando estaban llevándose personas en la plaza, vieron a una señora amiga de mi madre, y a mí me aterró pensar que se hubieran llevado a mi madre y a mi hermana. Por otro lado, mi madre después me dijo que ella temía que me atraparan a mí.
Y ambas estábamos absolutamente traumatizadas porque una pensaba que la otra había sido atrapada. Sin embargo, lo que le pasó a mi madre fue que la señora que la albergaba se asustó y la echó en pleno día.
Y allí estaba ella, con una niñita, y había un campo grande y un arbusto pequeñito, y nada más; y se agachó junto a ese arbusto. Pasaban aviones volando, buscando a quienes anduvieran errantes; fue un verdadero milagro que no la encontraran.
Al final del día, tenían suficiente gente y la aktion se dio por terminada. A la gente se la llevaron en tren; por supuesto, nunca nadie volvió. Luego, mi madre vino a buscarme y estábamos tan traumatizadas que nos quedamos paradas allí, y mi madre entonces dijo que pasara lo que pasara, no íbamos a separarnos otra vez. Pasara lo que pasara, nos iríamos todas juntas.
A partir de ese momento, comenzó a buscar maneras de escapar y probar otras alternativas. En ese momento, les pidió a unos amigos que la ayudaran, y ellos encontraron a un sacerdote que estaba dispuesto a vender documentaciones que indicaran que éramos católicas. Conseguimos las documentaciones y logramos, antes de la próxima aktion, subirnos a un tren para salir de Touste.
Entiendo que después de que nos fuimos, la situación realmente empeoró. Convirtieron el lugar en un ghetto y murió mucha gente, y no voy a entrar en detalles, pero encontré a personas de mi pueblo que escribieron libros, y fue increíble enterarme de qué nos había salvado mi madre a mi hermana y a mí, qué momentos horribles vivieron todos y qué pocos fueron los que sobrevivieron.
BILL BENSON:
Halina, cuando su madre pudo comprar esas documentaciones que las identificaban como católicas, por supuesto, fue solo el comienzo de la adopción de una identidad católica, y con dos hijas. ¿Qué hizo su madre?
HALINA PEABODY:
Sí, exacto. Mi madre averiguó un poco sobre la religión católica y me enseñó cosas básicas. Mi hermana era muy pequeña; no sabía y no le dijimos nada. Pero mi madre me enseñó lo básico.
Estábamos en una guerra y yo todavía era una niña, y que ella pensó que habría alguna manera de sobrevivir. Y yo debía tener una nueva fecha de nacimiento, un nuevo nombre, nuevos abuelos: todo nuevo. Todas esas cosas las tenía que aprender de memoria y así lo hice.
BILL BENSON:
A los nueve años, debía adoptar una identidad totalmente nueva.
HALINA PEABODY:
Sí, así fue. Exactamente. Pero estábamos muy asustadas y se crece muy, muy rápidamente cuando la vida de uno está en peligro, cuando uno siente que lo van a matar. Nosotras solo queríamos escaparnos y probar suerte y, como dije antes, mi madre era una mujer muy valiente y sintió que debía hacer algo.
Ella siempre decía que Dios ayuda a los que se ayudan a sí mismos. Ella sentía que debía intentar todo lo que fuera necesario porque no quería perder a sus hijas. No quería separarse de sus hijas y eso era lo principal. Ella decía que si fuera por ella, no le habría importado, pero como tenía a mi hermana y a mí, iba a hacer todo lo que estuviera a su alcance.
Entonces, nuestros amigos nos dejaron en un tren y el viaje de Touste a Jaroslaw iba ser largo. Tuvimos que hacer transbordo. El viaje en tren duró cuatro días y cuatro noches. Y cuando comenzamos el viaje, un joven se acercó, se quedó con nosotras y se mostró muy cordial.
Comenzó a conversar y nos preguntó adónde íbamos, a qué nos dedicábamos, y después siguió haciendo otras preguntas, como: “¿Son judías? ¿Su esposo es judío? ¿Las niñas son judías?”. Preguntaba y preguntaba con mucha insistencia y, al principio, mi madre negó todo, pero al final me dijo: “No pude resistir más y le dije que éramos judías”.
Y él dijo: “Por supuesto, deberé llevarlas a la Gestapo cuando lleguemos a Jaroslaw”. Y en ese momento, mi madre decidió hacer un trato con él; ella le daría todo; lo único que quería era asegurarse de que nos fusilaran inmediatamente para que ella no estuviera… quería librarse de la separación y de cualquier cosa que nos sucediera, porque a los niños los fusilaban, a otra gente la hacían trabajar.
Ella no quería pasar por eso; por esa razón hizo este trato con él. Y él aceptó. Ella le dio el dinero y los boletos de las maletas, y así viajamos durante cuatro días y cuatro noches. Terminamos llenas de piojos y completamente exhaustas.
Cuando llegamos a Jaroslaw y descendimos del tren, de repente me di cuenta de que íbamos a la Gestapo y que nos iban a fusilar; realmente me asusté. Y comencé a tirar de mi madre y a decirle: “No quiero morir. ¡Por favor, no quiero morir, mamá!”.
Entonces miró a este hombre y le dijo: “Mire. Ella es joven, tiene ojos verdes y es rubia. Parece polaca. ¿Por qué no la deja ir y quizás encuentre alguna manera de sobrevivir?”. Y yo dije: “No, no. No quiero ir sola. Quiero que tu también vengas”. Y mientras caminábamos, ella le preguntó: “¿Tiene hijos?
Y él respondió: “Sí”. Y ella preguntó: “¿Para qué quiere cargar con nosotros en su conciencia? Le he dado todo lo que tengo. Déjenos ir y probaremos suerte”. Y llevó tiempo. Al principio, no estaba convencido, pero al final, dijo: “Esta bien, pueden irse”. Su último comentario fue: “No tienen ninguna probabilidad de sobrevivir”.
Estábamos felices de verlo marcharse. Por supuesto, se llevó todo lo que teníamos.