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Martin Weiss: reflexiones sobre la liberación

First Person Podcast Series

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7 de Mayo de 2008

Martin Weiss relata su liberación de Gunskirchen, un subcampo de Mauthausen, en 1945, y los días inmediatamente posteriores.

Esta página también está disponible en inglés.

LA TRANSCRIPCIÓN COMPLETA

MARTIN WEISS:
“A pesar de cómo éramos y cómo nos trataban, todavía actuábamos como seres humanos decentes”.

NARRADOR:
Más de sesenta años después del Holocausto, el odio, el antisemitismo y el genocidio todavía amenazan a nuestro mundo. Las historias de vida de los sobrevivientes del Holocausto trascienden las décadas, y nos recuerdan que permanentemente es necesario ser ciudadanos alertas y poner freno a la injusticia, al prejuicio y al odio, en todo momento y en todo lugar.

Esta serie de podcasts presenta fragmentos de entrevistas a sobrevivientes del Holocausto realizadas en el programa público del Museo Conmemorativo del Holocausto de los Estados Unidos llamado En primera persona: conversaciones con sobrevivientes del Holocausto.

En el episodio de hoy, Martin Weiss le cuenta al presentador, Bill Benson, cómo fue su liberación de los campos de concentración en 1945.

BILL BENSON:
Marty, a usted lo liberaron en Gunskirchen.

MARTIN WEISS:
Exacto.

BILL BENSON:
Cuéntenos sobre su liberación.

MARTIN WEISS:
Liberación… Como dije, mi primo estaba allí. Él tenía unos dos o tres amigos. Formamos un grupo y lo primero que hicimos fue ir a buscar comida. El primer día temíamos dejar el campo. Pensábamos que era una trampa, que iban a dispararnos en el camino. Entonces, aunque parezca mentira, esperamos una noche más antes de atrevernos a salir.

BILL BENSON:
¿Las SS ya se habían ido?

MARTIN WEISS:
Exacto, nos aseguramos de que se hubieran ido. De hecho, para mostrarle que nuestra suposición de que podían matarnos no era solo una suposición, un oficial de las Wehrmacht, quedó a cargo y tomó un par de personas del campo, un par de ancianos y se fue en un todoterreno para saludar a unos estadounidenses y les mostró las ordenes que tenía de matarnos, pero no lo hizo.

Salimos del campo y comenzamos a buscar comida. Tengo que contarle esto; ya verá por qué. Encontramos un camión en un campo, un camión del ejército abandonado y vimos que en el asiento delantero de la cabina había un recipiente con manteca de cerdo. Uno de los muchachos que, como dije, todavía estaban en muy buena forma, rompió el vidrio con el puño.

BILL BENSON:
¿El parabrisas?

MARTIN WEISS:
El parabrisas; en realidad, el vidrio de la puerta, y todo el vidrio cayó sobre la manteca de cerdo. Queríamos la manteca de cerdo porque tenía algo que ver con la comida. Retiramos el vidrio con la palma la mano y lo tiramos en el césped, y conservamos la manteca de cerdo.

Miramos en la parte posterior del camión y encontramos muchos cueros. Ya estaban curtidos. No cabíamos en nuestro entusiasmo, porque necesitábamos zapatos y sabíamos que después de la guerra, no iba a haber zapatos por ningún lado; entonces, pensamos que si tomábamos los cueros, podíamos llevárselos a un zapatero para que nos hiciera zapatos.

Cada uno tomó varios cueros, todos los que podíamos llevar. Después, buscamos más comida o alguna otra cosa con comida. Vimos una casa de campo y entramos. Recuerde que en ese momento, nosotros sentíamos mucho rencor. Recuerdo que sentía que para mí, todos los alemanes eran nazis y todos los nazis merecían ser asesinados.

Era así de simple. Así funcionaba la mente. Estábamos muy pero muy enojados, realmente, lisa y llanamente enojados. Pero fuimos a esta casa y, en vez de irrumpir con rudeza y actuar como incivilizados… Créame, no éramos civilizados. Realmente, nos sentíamos como animales o menos que eso.

Pero por extraño que parezca, es raro, comencé a hablar apenas hace un par de años y recordé esto. Por esa razón me gusta contar esto. Llegamos a la puerta… con estos muchachos que, como dije, todavía estaban en muy buena forma. Una mujer entreabrió la puerta.

BILL BENSON:
Una mujer alemana.

MARTIN WEISS:
Sí, una mujer alemana. Le dijimos que queríamos... Le dijimos que queríamos unos huevos y harina. Y ella accedió.

Nos dio los huevos y la harina. En ningún momento empujamos la puerta ni le hablamos con rudeza. Tomamos los huevos y la harina. Esta mujer tenía un granero y afuera del granero había un hervidor para calentar agua, con leña. Buscamos agua y uno de los muchachos tomó la manteca de cerdo, la harina y los huevos, los mezcló e hicimos bollitos.

Cocinamos los bollitos en el hervidor fuera del granero. En ningún momento entramos a la casa. Para sorpresa mía, después de que termináramos de comer, sin siquiera hablar de esto, uno de ellos sugirió: “¿Saben qué deberíamos hacer? Regalarle algunos cueros”.

Sin hablar demasiado, cada uno contribuyó con su parte, los llevamos a la puerta y se los entregamos a la mujer como pago. Me gusta contar esto porque, en ese momento, no me hubiera considerado a mí mismo un ser humano.

Durante años, me olvidé de esto. Después lo recordé y siempre me gusta contarlo solamente por una razón. A pesar de cómo éramos y cómo nos trataban, todavía actuábamos como seres humanos decentes.

Me gusta contar esto para mostrar que incluso en el peor de los momentos, si uno educa bien a sus hijos… y esto demuestra que todos nosotros básicamente teníamos la misma educación. Como Bill mencionó anteriormente, fuimos educados como judíos ortodoxos, éramos religiosos, pero vivíamos según principios morales. Y me asombra que incluso en esas condiciones, no los abandonamos.