17 de Junio de 2008
En este episodio, Helen Goldkind narra su deportación y su llegada a Auschwitz Birkenau, el mayor centro de exterminio nazi.
Esta página también está disponible en inglés.
LA TRANSCRIPCIÓN COMPLETA
HELEN GOLDKIND:
“No sé cuantos días duró. Finalmente, llegamos a Auschwitz y no abrían esos vagones para ganado, pero queríamos salir de allí porque era un caos. Todo era un desastre”.
NARRADOR:
Más de sesenta años después del Holocausto, el odio, el antisemitismo y el genocidio todavía amenazan a nuestro mundo. Las historias de vida de los sobrevivientes del Holocausto trascienden las décadas, y nos recuerdan que permanentemente es necesario ser ciudadanos alertas y poner freno a la injusticia, al prejuicio y al odio, en todo momento y en todo lugar.
Esta serie de podcasts presenta fragmentos de entrevistas a sobrevivientes del Holocausto realizadas en el programa público del Museo Conmemorativo del Holocausto de los Estados Unidos llamado En primera persona: conversaciones con sobrevivientes del Holocausto.
En el episodio de hoy, Helen Goldkind le cuenta al presentador, Bill Benson, cómo fue su deportación y su llegada a Auschwitz.
BILL BENSON:
Si puede, Helen, cuéntenos sobre el viaje a Auschwitz; cómo fue y qué ocurrió al llegar.
HELEN GOLDKIND:
Bueno, nos dieron un balde de agua y había muchas personas en ese vagón para ganado. No sé cuántas porque no las conté.
BILL BENSON:
Pero era un solo balde de agua para todo el vagón.
HELEN GOLDKIND:
Un solo balde de agua. Y había ancianos, niños que lloraban y toda la gente que se desmayaba. Casi no había espacio para sentarse. Era un caos. Mis abuelos venían con nosotros en el mismo vagón para ganado y mi madre se preocupaba por sus padres, por eso le decía a mi hermana mayor que cuando llegáramos a la granja, ella debía cuidarlos.
Todos tenían una tarea por cumplir y debíamos cuidarnos los unos a los otros. Ése era el deseo de mi madre. No sé cuántos días fueron. Finalmente, llegamos a Auschwitz, todavía de día, y no abrían esos vagones para ganado, pero queríamos salir de allí porque era un caos. La gente estaba… bueno, todo era un desastre.
Oscureció, pero ni bien paró el vagón, percibimos un olor terrible. Nos imaginábamos que no era el olor de una granja. Olía como si estuvieran quemando carne, pero nos dijimos: “Bueno, abrirán las puertas, miraremos alrededor, veremos lo que está pasando”.
Entonces, abrieron las puertas y dijeron: “¡Raus! ¡Raus!”, gritaban, “¡Salgan! ¡Salgan!”, y teníamos que tomar lo que tuviéramos, una pequeña maleta y tirarla en una zanja, y así lo hicimos. Mi abuelo tenía los rollos de la Tora y no pensaba desprenderse de ellos porque, en primer lugar, es pecado tirarlos.
Mi madre giró la vista y, de repente, vio que lo estaban golpeando. Le decían que tirara los rollos de la Tora en la zanja.
BILL BENSON:
Sobre la pila de bolsos que había en la zanja.
HELEN GOLDKIND:
Sí, y le decía a mi madre: “¡No comprenden lo que trato de decirles, que es pecado, es pecado!”. Bueno, esos monstruos… Él no quería tirar los rollos de la Tora y se aferraba a ellos; por eso esos monstruos lo golpeaban. Y él se cayó con los rollos de la Tora. [Llorando]
BILL BENSON:
Helen, y usted estaba allí. Y vio eso.
HELEN GOLDKIND:
Lo vi con mis propios ojos. Por eso es tan difícil para mí. Y ellos gritaban. Mi madre parecía muy joven, pero era fuerte. Yo tenía un hermano de seis años y, no sé, accidentalmente, o por alguna razón, yo quise saber qué le estaba pasando a él, y mi abuelo ya estaba en el suelo y seguían golpeándolo.
Y mi madre gritaba: “¡Qué alguien lo ayude!”, porque era mi abuelo. Nadie lo ayudaba… nadie. Y después…
Mi madre no soltaba a mi hermano. Y a mi hermano le encantaban los libros. Como no éramos ricos, si alguna vez recibíamos un regalo, era un libro… Y él no soltaba un libro que llevaba, y mi madre veía lo que le pasaba a mi abuelo. Tenía miedo de que también lo golpearan a él; por eso le rogaba que tirara el libro en la zanja, pero él no quería.
Ella trataba de convencerlo. Finalmente, él le dio el libro a mi madre y vio cómo ella lo tiraba en la zanja. Y ella lloraba. De repente, uno de los monstruos fue adonde estaba ellos y apartó a mi hermano de mi madre. Mi hermano empezó a llorar.
Y mi madre lo escuchó, corrió detrás de él y les decía a esos monstruos que mi hermano tenía solo seis años, que no podría sobrevivir sin ella. Ellos la golpearon, ella se cayó y empezaron a patearla con esas botas grandes.
Finalmente, cuando vieron que no podía levantarse, la empujaron a la izquierda y ella se fue con mi hermano. Muchas veces, cuando pienso en eso, digo, quizás si no hubiera corrido detrás de él, quizás ella habría sobrevivido, porque era muy joven. Por otro lado, me digo, evitó que mi hermanito marchara hacia la muerte llorando.
BILL BENSON:
Ella lo acompañó.
HELEN GOLDKIND:
Ella lo acompañó y, conociendo a mi madre, probablemente consoló a otros niños que lloraban. Esa fue la última vez que vi a mi madre.