27 de Mayo de 2009
Manya Friedman relata su evacuación de Gleiwitz, un subcampo de Auschwitz, al campo de concentración de Ravensbrück en enero de 1945. Los nazis, con la intención de encubrir sus crímenes y evitar que los prisioneros terminaran en manos enemigas, evacuaron a los prisioneros en lo que se conoció como las marchas de la muerte.
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LA TRANSCRIPCIÓN COMPLETA
MANYA FRIEDMAN:
“Volvimos al campo en la mañana, y había una gran conmoción. Nos evacuaban, pero nadie sabía adónde. La cuestión [era] que no sabíamos qué íbamos a hacer ni qué iba a pasar”.
NARRADOR:
Más de sesenta años después del Holocausto, el odio, el antisemitismo y el genocidio todavía amenazan a nuestro mundo. Las historias de vida de los sobrevivientes del Holocausto trascienden las décadas, y nos recuerdan que permanentemente es necesario ser ciudadanos alertas y poner freno a la injusticia, al prejuicio y al odio, en todo momento y en todo lugar.
Esta serie de podcasts presenta fragmentos de entrevistas a sobrevivientes del Holocausto realizadas en el programa público del Museo Conmemorativo del Holocausto de los Estados Unidos llamado En primera persona: conversaciones con sobrevivientes del Holocausto.
En el episodio de hoy, Manya Friedman le cuenta a la presentadora, la Dra. Edna Friedberg, cómo fue cuando la evacuaron de Gleiwitz, un subcampo de Auschwitz, al campo de concentración de Ravensbrück. Estas evacuaciones después se conocieron como “marchas de la muerte”.
MANYA FRIEDMAN:
La vida en ese campo continuó hasta enero de 1945. En ese momento, el ejército soviético se acercaba y decidieron, los alemanes decidieron, evacuarnos. En esa época, trabajábamos en el turno de la noche. Volvimos al campo en la mañana, y había una gran conmoción. Nos evacuaban, pero nadie sabía adónde. La cuestión [era] que no sabíamos qué íbamos a hacer ni qué iba a pasar.
En ese momento, tuve que tomar una decisión muy importante. Mi mejor amiga estaba en la enfermería y tenía que decidir qué iba a hacer. Realmente no podía cuidarse por sí misma. Pensé que quizás debía dejarla y que los rusos la liberarían. Pero también corría el rumor en el campo de que iban a quemar el campo para no dejar rastros.
Convencí a otra amiga (quien, de hecho, ahora vive en Nueva York) y entre las dos sacamos a nuestra amiga de la enfermería. Luego nos fuimos a la estación de tren. Cada una tomó una manta y unas provisiones, y nos fuimos a la estación de tren. No había ningún vagón, y nos hicieron pasar la noche en un granero. Por la mañana, regresamos a la estación de tren.
EDNA FRIEDBERG:
¿Era enero, verdad? Hacía un frio terrible.
MANYA FRIEDMAN:
Era a mediados de enero. No sé si ustedes ya visitaron la exposición permanente y vieron el vagón [en el] que transportaban a la gente. Bueno, nuestros vagones no eran como ese. Eran vagones abiertos, como los que se usan para transportar carbón. Y esto, como mencionó la Sra. Friedberg, sucedía a mediados de enero. Créanme, el invierno en Europa puede ser muy crudo. Y todo lo que teníamos era una manta.
Tuve que llevar a mi amiga a un rincón del vagón. Con las manos me aferraba a la baranda y con la espalda hacía retroceder a la multitud para que no la aplastaran. Continuamos así yendo de acá para allá. Adondequiera que íbamos, las vías del ferrocarril estaban bombardeadas. Supongo que probablemente usaban las mejores vías para transportar al ejército.
Luego, descubrí que nuestro destino no era el oeste, cerca de Berlín, sino que fuimos a parar a Checoslovaquia. Y si sabe de historia, digo, si sabe de geografía, Checoslovaquia se encuentra en el sur. Los checos eran muy amables; vinieron a la estación donde nos detuvimos con pan y agua. Pero los guardias no les permitían que nos entregaran nada. De hecho, incluso a veces les disparaban. En ocasiones, la gente, los checos, subían a un paso elevado y nos tiraban pan mientras el tren pasaba.
Y continuamos así yendo de acá para allá, de acá para allá. La nieve que caía sobre las mantas servía para calmarnos la sed. En una de las estaciones… Por casualidad, la enfermera de nuestro campo iba en el vagón siguiente. En una de las estaciones, le rogó a un guardia que le diera agua porque una de las niñas se había desmayado y en vez de hacerlo, sacó un arma y le disparó. Y ella cayó entre los vagones. Podíamos verla tendida allí, sin saber si estaba viva o muerta, mientras los vagones iban y venían.
Y así estuvimos, quizás diez días. Fuimos a parar a Ravensbrück. Llegamos a Ravensbrück durante la noche.