3 de Junio de 2009
Morris Rosen relata cómo fue evacuado y forzado a marchar a pie en febrero de 1945 desde un subcampo del campo de concentración de Gross Rosen, en Polonia, al campo de Theresienstadt, en Checoslovaquia. Los nazis, con la intención de encubrir sus crímenes y evitar que los prisioneros terminaran en manos enemigas, evacuaron a los prisioneros de un campo hacia otro, en lo que se conoció como las marchas de la muerte.
Esta página también está disponible en inglés.
LA TRANSCRIPCIÓN COMPLETA
MORRIS ROSEN:
“Me indignó que mujeres de sus casas vinieran, miraran y sonrieran. Me dije: ‘Dios mío, ¿dónde está Dios? Es esto el castigo por ser judíos’”.
NARRADOR:
Más de sesenta años después del Holocausto, el odio, el antisemitismo y el genocidio todavía amenazan a nuestro mundo. Las historias de vida de los sobrevivientes del Holocausto trascienden las décadas, y nos recuerdan que permanentemente es necesario ser ciudadanos alertas y poner freno a la injusticia, al prejuicio y al odio, en todo momento y en todo lugar.
Esta serie de podcasts presenta fragmentos de entrevistas a sobrevivientes del Holocausto realizadas en el programa público del Museo Conmemorativo del Holocausto de los Estados Unidos llamado En primera persona: conversaciones con sobrevivientes del Holocausto.
En el episodio de hoy, Morris Rosen le cuenta a la presentadora, Suzy Snyder, cómo fue su marcha de la muerte desde un subcampo del campo de concentración de Gross Rosen hasta el campo de Theresienstadt, en febrero de 1945.
SUSAN SNYDER:
Quisiera que me contara, porque se nos acaba el tiempo, lo que vivió en Buchenwald y luego en Theresienstadt.
MORRIS ROSEN:
Lo que pasó en ese momento fue espantoso, toda la situación. Todo había mejorado cuando fui al bloque seis, pero luego sucedió esto, el 5 de febrero de 1945. No fuimos a trabajar. Escuché (la gente trabajaba con los otros prisioneros) algo de los franceses, y esto o aquello, que el ejército ruso ya había ingresado a Alemania, y esto y aquello. No fuimos a trabajar. Todos llevaron sus mantas. Todos recibieron una hogaza de pan con un poco de margarina y mermelada, y comenzamos a caminar durante ocho horas sin parar, porque, en realidad, ya habíamos escuchado que los tanques nos perseguían y que estaba el jefe de las SS. Teníamos que caminar muy rápido, y el que se atrasaba recibía inmediatamente un disparo en la cabeza.
Luego llegamos a una pequeña ciudad; vimos que el ejército alemán estaba en retirada. Un oficial se acercó al Lageraeltesten y le preguntó: “¿Qué quiere de ellos? No ve que la guerra prácticamente terminó. Déjelos ir”. Dijo que no; tenía otras instrucciones; debía llevarnos a un lugar determinado. Nos llevó al bosque nuevamente para otra caminata de ocho horas. Yo apenas podía caminar; tenía los pies inflamados. El que se retrasaba recibía un disparo; esa noche fusilaron a 30 hombres; era espantoso.
Finalmente, descansamos. Fuimos a un granero para dormir sobre el heno. Allí el granjero había preparado comida para los caballos y los cerdos. Lo comimos todo, y al granjero no le quedó nada de lo que había preparado para los caballos y los cerdos de ese lugar. El granjero se quejó ante los hombres de las SS. Como castigo, no nos dejaron dormir en el granero. Dormimos afuera, sobre la nieve, con un frío terrible. Nos acurrucamos los unos con los otros. Unas dos semanas después, nosotros…
SUSAN SNYDER:
Disculpe, tengo que interrumpirlo otra vez. ¿Todo este tiempo seguían caminando?
MORRIS ROSEN:
Sí.
SUSAN SNYDER:
Entonces dos semanas después… desde que salieron del granero, ¿pasaron dos semanas y ustedes seguían caminando todos los días?
MORRIS ROSEN:
Todos los días hasta que llegamos a Dresde.
SUSAN SNYDER:
Cuénteme por dónde pasaron caminando. ¿La gente los miraba mientras caminaban?
MORRIS ROSEN:
No sabíamos, no.
SUSAN SNYDER:
¿Había civiles que los vieran?
MORRIS ROSEN:
No, no había civiles. Algunos sonreían, se reían.
SUSAN SNYDER:
¿Alguien trató de ayudarlos?
MORRIS ROSEN:
No, nadie. Luego llegamos a Dresde, al río Elba. Nos ordenaron: “Aus hier. Desvístanse todos y lávense la ropa en el río Elba porque están llenos de piojos”. Era invierno. Tuvimos que refregar lo que usábamos como ropa. Hacía tanto frío que saltábamos. Con unos amigos nos frotábamos espalda con espalda. Luego dijo: “Aus hier”. Debíamos vestirnos. Quise ponerme los pantalones. Perdí la mitad de los pantalones. Estaban completamente congelados. Del lado derecho tuve que despegarlos centímetro a centímetro. En ese momento, en tres días, perdimos unos 400 hombres a raíz del frío. ¿Quién puede soportar ese frío sin comida, sin nada? Además… Me indignó que mujeres de sus casas vinieran, miraran y sonrieran. Me dije: “Dios mío, ¿dónde está Dios? Es esto el castigo por ser judíos”.