18 de Marzo de 2009
Halina Peabody cuenta cómo era vivir en Jaroslaw, Polonia, con una documentación falsa que la identificaba como católica. Una lugareña albergó a Halina, su madre y hermana, y les dio un lugar para vivir, sin siquiera sospechar que era una familia judía que se hacía pasar por católica.
Esta página también está disponible en inglés.
LA TRANSCRIPCIÓN COMPLETA
HALINA PEABODY:
“Vio a una madre con dos niñas, agotadas, al límite de sus fuerzas. Ella dijo que nos iba a albergar”.
NARRADOR:
Más de sesenta años después del Holocausto, el odio, el antisemitismo y el genocidio todavía amenazan a nuestro mundo. Las historias de vida de los sobrevivientes del Holocausto trascienden las décadas, y nos recuerdan que permanentemente es necesario ser ciudadanos alertas y poner freno a la injusticia, al prejuicio y al odio, en todo momento y en todo lugar.
Esta serie de podcasts presenta fragmentos de entrevistas a sobrevivientes del Holocausto realizadas en el programa público del Museo Conmemorativo del Holocausto de los Estados Unidos llamado En primera persona: conversaciones con sobrevivientes del Holocausto.
En el episodio de hoy, Halina Peabody le cuenta a la presentadora, Suzy Snyder, cómo era vivir en Jaroslaw, Polonia, con una documentación falsa que la identificaba como católica. Una lugareña aceptó a Halina, su madre y hermana, y les dio un lugar para vivir, sin siquiera sospechar que era una familia judía que se hacía pasar por católica.
SUSAN SNYDER:
Entonces, en ese momento, usted está en Jaroslaw y no tiene dónde vivir. No tiene nada. No tiene ningún plan.
HALINA PEABODY:
No conocíamos la ciudad; no conocíamos el pueblo. Caminábamos por la calle principal, cuando mi madre, como de costumbre, encontró una solución. Vio un pequeño café y entramos. Era muy importante que no anduviéramos en las calles porque los alemanes buscaban a quienes andaban errantes, y siempre era peligroso.
Ahora bien, debo decir que no sabíamos si nuestras documentaciones eran verdaderas o falsas. Podrían haber sido completamente… Todavía no lo sé. Por eso, en lo posible, no queríamos que las revisaran. No queríamos que nos encontraran en la calle. Era muy importante que halláramos un lugar para vivir. Cuando entramos al café, mi madre comenzó a preguntar a diferentes personas si conocían a alguien que alquilara habitaciones y por suerte, nuevamente, alguien se levantó y dijo: “Sí, conozco una señora que alquila habitaciones. Yo las acompaño con gusto. No queda muy lejos”.
Y nos acompañó hasta la casa de una señora amable que trabajaba de lavandera y que tenía cuatro hijos robustos, a quienes no les gustó mucho vernos, pero ella dijo… Era una muy buena mujer. Diría que era realmente muy católica. Vio a una madre con dos niñas, agotadas, realmente al límite de sus fuerzas. Ella dijo que nos iba a albergar. Nos albergó y nos dio una cama; era todo lo que teníamos. No teníamos apartamentos ni habitaciones; solo una cama. Y eso era suficiente, y estábamos adentro.
Y mi madre le dijo que no tenía dinero y que tendría que trabajar al día siguiente, en cualquier trabajo que pudiera encontrar; y lo que fuera que ganara se lo llevaría para pagarle por albergarnos. Hizo exactamente eso; aprendió a hacer trabajos domésticos y era muy capaz para aprender, especialmente en ese tipo de situación. Y comenzó a trabajar como ama de llaves en algún lugar. La situación era muy precaria y a mi madre siempre le preocupaba que diéramos señales de que... siempre le preocupaba que nosotras nos delatáramos.
No hablábamos yiddish. Nuestro acento era completamente polaco porque mi madre fue a una escuela polaca. Teníamos eso a nuestro favor.
Mientras tanto, yo iba a la escuela con niños polacos dos horas por día. Teníamos una hora de religión y otra de estudios generales. Por supuesto, estaba muy adelantada porque ya sabía leer y escribir, lo cual era muy útil. Aprendí el catecismo a la perfección; si alguien es católico, sabe lo que eso significa. Le caía muy bien al sacerdote. Por supuesto, no sabían quién era yo, pero me fue muy bien con él. Era un sacerdote muy amable.
SUSAN SNYDER:
¿Le puedo hacer una pregunta sobre eso?
HALINA PEABODY:
Sí.
SUSAN SNYDER:
¿Está segura de que el sacerdote no tenía idea de que usted era judía?
HALINA PEABODY:
Sí. No tenía idea.
SUSAN SNYDER:
¿Tampoco la mujer que la salvó?
HALINA PEABODY:
Tampoco tenía idea. Según mi madre, sospechaba que quizás mi padre fuera judío.
SUSAN SNYDER:
¿Pero no sospechaba que…?
HALINA PEABODY:
No, para nada. No sospechaba. Habrían tenido mucho miedo.
SUSAN SNYDER:
Cuéntenos un poco de los cuatro hijos de esta mujer. Porque mencionó que uno de ellos sospechaba mucho.
HALINA PEABODY:
Sí, uno de ellos sospechaba mucho y además trabajaba para los alemanes. Solía venir a casa y contaba cómo les sacaba los dientes de oro a los judíos muertos y cosas por el estilo para que nosotras escucháramos. Él sospechaba, pero ella no le hacía caso. Estaba muy empeñada en salvar mi alma. Mi madre era demasiado vieja y mi hermana demasiado joven, pero de mí se ocupaba. Me enviaba a clases especiales. Hice la comunión. Ella era una muy buena persona y su intención era salvarme, de acuerdo con sus creencias. Y lo agradezco, quizás ahora más que entonces.